Conocí a Eduardo en marzo de este año en un taller de auto publicación facilitado por él en Quito. El taller se daba en Rudimento, un espacio expositivo/librería que había abierto sus puertas pocos meses atrás. Para ese momento, yo venía sintiendo una necesidad enorme de reconectarme con la gestión y mi práctica artística después de un año raro de virus y parón.
Eduardo y su proyecto editorial Sociedad Anómica me removieron. Aproximarme a su trabajo me dio esa sensación que tanto necesitaba sentir después de la pandemia, sentir que la cultura y el arte estaban más vivos que nunca y que era momento de publicar y de activar. Llegué al taller con ganas locas de conocer gente nueva y unos textos que había escrito en el confinamiento cuando todavía vivía en Madrid. Gran parte de ese tiempo, que lo recuerdo como un momento maravilloso de conexión, introspección y sangre, había decantado en 12 textos de diverso formato que fueron trabajados a lo largo de esos casi 3 meses de encierro. Los textos, que oscilan entre una prosa rota, la poesía, el monólogo interior y la auto ficción, son textos poéticos que más allá de su forma están todos atravesados por una escritura fragmentada y obsesiva, desde el cuerpx y la memoria.
Pensar en el proceso detrás de la publicación ˝El amor fue un meteorito” es recordar de donde vino ese impulso, es reflexionar en el por qué de la escritura, en el por qué de la gestión. Siempre me ha fascinado el mundo de las publicaciones independientes, la palabra, la poesía, la escritura, la literatura. Uno de los primeros eventos que organicé en la vida fue un evento de declamación de poesía que se llamó Para los oídos las palabras en el año 2013 en el contexto de una casa cultural auto gestionada que cofundé y que se llamó Casa Moujou. Ese día, que fue en febrero recuerdo claramente, me senté súper románticamente a contemplar a las ciento y pico de personas que estaban en el patio de la casa y sentí algo en el pecho, una sensación profunda innombrable a la cual hasta el día de hoy soy adicta. Yo le amo a esa Carolina de 20 años con ganas de conocer y leer a todos los escritores ecuatorianos que pudiera para invitarlos a su evento, de querer (y creer) conocer TODA la producción artística de la ciudad (imposible) para llevarla a ese espacio y difundirla.
Pensar en el proceso detrás de la publicación es también nombrar mi relación con la editora de estos textos, Alessandra Santiesteban. Amiga querida, colega, escritora, dramaturga y artista cubana. Nos conocimos las dos en Madrid en el 2018 en el contexto de la maestría que realizamos juntas. Alessandra acompañó muy de cerca mi proceso de escritura cuando en medio del encierro nos montamos un taller de escritura virtual entre amigas (Amaia, Ale, Ivana y yo). Cuando surgió la necesidad de editar el primer borrador de los textos no pude pensar en nadie más, y ella muy generosamente, con todo el amor que nos une, se sumó al proyecto desde Madrid. El 2 de marzo Ale y Edu se conocen en una reunión que unía virtual y afectivamente a Guayaquil, Quito, Madrid y de muchas formas a La Habana.
El amor fue un meteorito es un verso dentro del texto Lo Pequeño, que los tres de manera unánime decidimos colocar como título. Sabíamos que el título de esta publicación estaba en algún lugar dentro del texto y fue ahí justamente donde lo buscamos. El amor fue un meteorito nos gustaba porque encontramos una potencia poética en la metáfora del choque de un meteorito con la experiencia de la voz poética, el lugar en el que está y a los lugares a los que va con su escritura.
El descubrimiento del meteorito se convirtió en una investigación en sí misma. Ahora nos encontrábamos con un objeto muy concreto y su carga simbólica y trabajamos en aproximarlo más aún, en traerlo más cerca al terreno que proponen los textos, un terreno sensible, casi que esquizofrénico y muy corpóreo. Pensamos en el meteorito como un cuerpo en sí mismo, pensamos en la publicación como un cuerpo en sí mismo, entonces nos emocionaba la idea de ver ese cuerpo colisionar contra sí y quedarnos con la lectura poética de esos pedazos. Así llego Ricardo Fernández, artista visual guayaquileño y amigo de Eduardo quien realizo el dibujo del meteorito en la portada, un trabajo impecable que además partió de una lectura muy sensible de Ricardo y de los lugares que el sentía el texto tocaba.
Este proceso ha sido delicado, ha buscado hilar fino en cada una de sus partes, con la escucha abierta, en colectivo, reflexionando sobre esos lugares en los que nos sentíamos tocados por los textos y complejizando su existir con nuestras miradas. Es un proceso trasatlántico, interprovincial y afectivo, que inicia con un traslado y que ha resultado en una publicación que ahora es también una pequeña investigación sobre los meteoritos, un dibujo, una serie fotográfica y una investigación performativa/sonora. Su cuerpx está construido con la potencia del afecto por el papel, por la escritura, por proponer modos de producción relacionales, afectivos y autogestionados. Ha sido un proceso placentero, divertido, potente e inolvidable.
Pienso en cómo estos procesos nos unen y nos atraviesan como gestores y creadores, en el porqué es importante haber tomado ese taller más allá del trabajo y la relación con Eduardo. Es principalmente porque me permite reflexionar sobre el lugar que ocupan los espacios que apuestan por propuestas contemporáneas como Rudimento y que acogen en esa búsqueda propuestas como las de Sociedad Anómica y tantas otras. Estos espacios son incubadoras y propulsoras de formas de producción y pensamiento y tienen la capacidad de articular las investigaciones y procesos de artistas y actores culturales, de formar vínculos y de poner esas potencias en el mundo.
Esta publicación me deja infinidad de cosas, pero sobre todo me deja saber con claridad que la literatura que me interesa es la que genera escritura, procesos, relaciones y vínculos.
El amor fue un meteorito, que ahora está haciéndose carne, pronto saldrá a la luz.